Hoy voy a morir – Informó Nahuelpan (el del dibujo) -. Me lo han dicho las piedras.- Que gusto por decir boludeces - comentó Peña que era un boliviano empleado de la construcción. La empresa que lo contrataba se había establecido temporalmente en El Bolsón para llevar a cabo obras viales. Nahuelpan observó la oscuridad del bosque por la ventana, y se dirigió al Rumano:
- Y... ¿Es cierto lo de los chupa sangre?
Yo vengo de Turda – Exclamo el extranjero depositando torpemente su vaso sobre la mesa -. Un lugar cercano a Cluj. Y a pesar de vivir en Transilvania jamás escuche algo parecido. Esas son historias para el turismo, como las absurdas teorías que cuentan ustedes a cerca de la luz mala y esas idioteces.
Muñoz lanzó una carcajada mientras regresaba a su asiento, y eructó. Segundos antes había saltado en el aire alzando una pierna para despedir una ruidosa flatulencia (que no llamó la atención de los demás clientes del bar porque estaban acostumbrados a ese tipo de bromas).
-Este rumano dice que el agua de el valle esta contaminada-. sentenció.
El viejo Nahuelpan miró al extranjero con una expresión que era maligna y a la vez risueña. Los ojos café se la habían vuelto rojizos por los efectos del ron.
Maldición – Pensó -. Estoy sentado aquí con Dario, y “el” Dany Muñoz que es un tipazo, y estamos dando lugar a un estúpido citadino que se cree superior a nosotros y nuestras tradiciones indígenas. No entiendo como se nos ocurrió invitarlo a la mesa -. Y lo siguiente lo dijo en voz alta, sin darse cuenta. – Maldito Rumano de mierda, porque no te iras a la puta que te parió -.
De inmediato se mordió el labio inferior, auto flagelándose por haber sido tan bravucón. ¿Cómo había podido escapársele tal impertinencia?
Mierda – Masculló Dario Peña -. Nunca en mi vida había sentido tantos deseos de fumar un cigarrillo -. Acto seguido se desplomó sobre la mesa, y segundos mas tarde fue a dar al piso, totalmente inconsciente. Había entrado en un coma alcohólico severo pero nadie era capaz de suponerlo, y tampoco importaba.
Porque no quiero –Exclamó el rumano, enardecido -. O me vas a obligar tu, indio de mierda -. Su castellano era bastante bueno, aunque en ocasiones se le atravesaba la pronunciación española, y su estado de ebriedad no lo ayudaba.
Dany Muñoz retrocedió asustado, y era terriblemente cobarde por lo que se orinó en los pantalones.
Te voy a cagar a patadas en el culo –Vociferó el viejo aborigen mientras le vaciaba un vaso de ron al rumano en el rostro.
Eran las cuatro treinta de la noche y los hermanos Breeman se disponían a limpiar y anunciar que cerraban el bar, cuando Nahuelpan se estrelló ruidosamente contra el mostrador produciendo un efecto dominó que golpeó una hilera de botellas apostadas en un extremo, junto a los vasos. Las botellas rodaron, cayeron al piso y explotaron.
Debajo de los vidrios se formó un charco de vino barato.
El rumano medía por lo menos dos metros de alto, y tenía la espalda considerablemente ancha. Se había puesto de pie con las facciones desencajadas y un brillo asesino en los ojos.
Dany Muñoz se levantó de la mesa y se fue sin decir palabra.
Parece que somos muy machitos – Comentó Leo Breeman con suspicacia al tiempo que alzaba su rifle calibre 22 apuntándole al extranjero en la frente. El ultimo sonrió.
Guarda eso antes de que te lo meta por el culo.-Advirtió.
Entre tanto, Fabián Breeman había rodeado el mostrador, y ahora se aproximaba al rumano enarbolando un garrote de pino oregón. El extranjero le dirigió una mirada severa.
-No seas idiota. No tengo deseos de lastimaros.- advirtió.
Pagá y andate –Gruño Leo que era gordo y sucio. Se había quedado calvo y “le faltaban varias sillas en el comedor”. Vestía una holgada camisa leñadora de invierno y pantalones vaqueros mugrientos de grasa, los cuales dejaban asomar la mitad de un trasero peludo y fofo.
El rumano lanzó un suspiro de hartazgo y busco la billetera en el bolsillo de su campera. Mientras lo hacía hecho un rápido vistazo a los demás visitantes del bar. Vio los rostros duros y sufridos de gente del campo, que lo observaban en silencio y con aires de reproche. Luego miró las sombras, mas allá de la ventana. El viento helado del invierno hacia zumbar los cristales empañados de la cabaña arrastrando nubes de nevisca que a menudo se estampaban contra el vidrio o volaban perdiéndose en las fauces de la noche.
Me pregunto –Dijo el rumano, mientras depositaba el dinero sobre la mesa -. Si todos los montañeses resultaran tan absurdos.
Tenés una lengua bastante inquieta – Vocifero Fabián -. Para ser el hijo de puta que golpeó al buen vecino Nahuel Pan en las propias narices de sus amigos.
Leo esbozó una mueca despectiva: -Curiosa manera de agradecer una invitación a la mesa que tienen ustedes los rumanos -.
El rumano meneó la cabeza y segundos mas tarde salió del bar dando un portazo.
¡Andate a la mierda! –Gritó Fabián, excitado.
En ese momento un tiro le voló el garrote de las manos. Y junto con el garrote salió despedido un trozo de su dedo índice. Su hermano camino hacia él con el rifle aún humeante.
¡Desafías la realidad! –Grito Leo. – ¡Sos la única bazofia en el mundo capaz de arrugar un suéter de lana cruda! –
Vos me lo prestaste – Argumento Fabián, observando la sangre que manaba de su dedo mutilado.
"¡Te lo presté para que lo usaras un solo día. El día de... El día del cumpleaños en lo de Beto Barría, no para que lo endurezcas con polvillo de bosta de vaca...”, “malnacido”, agregó.
- Me lastimaste el dedo...-
-Agarrá a esos dos borrachos –Grito Leo refiriéndose a Nahuel Pan y a Peña -. Dejalos tirados afuera.
-Pero... Esta nevando.-
Peña se despertó e intentó hablar, pero la borrachera le había quitado la voluntad y volvió a dormirse, mas tarde, si es que de alguna forma llegaba a su casa, su compañero de vivienda (que era un enfermo sexual) aprovecharía para sodomízarlo, y al día siguiente Dario pensaría que es el Ron de los Breeman lo que le hace arder el trasero.
El viejo Nahuel Pan estaba muerto. Tenía una bala calibre 22 alojada en el cerebro porque el disparo de Leo había rebotado en una de las bisagras de la puerta de calle.
FIN
Diego Ignacio Mur










